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lunes, 8 de noviembre de 2010

Aventura!!!


Unas semanas atrás, mi hija me invitó a que la acompañara a un paseo con la empresa organizadora de campamentos vacacionales con la que ella trabaja. Aunque la idea de ir a Caucagua en autobús no me volvía del todo loca, decidí acompañarla y así conocer de cerca su entorno laboral. Dicho esto, un sábado nos encaminamos puntualmente hasta el Parque del Este para allí reunirnos y tomar los autobuses que nos llevarían a nuestro destino. De más está decirles que yo no conocía a nadie en esa vaina. Algunos papás se saludaban esquivamente, mientras que los guías (o sea, los compañeros de mi hija) se saludaban con besos y abrazos tan efusivos que me hicieron recordar el reencuentro con mis compañeras de colegio; claro, nosotras teníamos casi 26 años sin vernos, mientras que ellos tenían máximo tres días sin verse puesto que habían trabajado prácticamente toda la temporada juntos. Verónica tuvo la delicadeza de presentarme a una señora, más o menos contemporánea, quien en principio pareció ser mi salvación.
Los adultos nos montamos en un autobús. Seguidamente, se montaron un par de guías con un “hola!!!, verdad que este es el autobús más divertido del paseo? Durante el viaje vamos a jugar unos juegos muy divertidos”…Bueno, así sería nuestra cara, que las pobres niñas se sentaron en el último asiento y no volvieron a hablar sino cuando nos bajamos en Caucagua. Dios!!! Si tan sólo la señora que me presentó Vero hubiera hecho lo mismo!!!

Una vez en Caucagua, comenzó la tórrida jornada. Los humanos desayunamos y los zancudos comenzaron a hacer lo mismo con todos nosotros….qué masacre! A eso de las 11:30 de la mañana, comenzó lo que más temía: los juegos en equipo…y la señora seguía hablando. La primera paliza la llevamos en bolas criollas. A las cuatro ineptas (Vero, mi persona, la señora que nunca se calló y su hija) nos tocó jugar contra el trabuco de Caucagua. Para no herir más mi ego, sólo les contaré que nuestro partido duró algo así como tres minutos y medio y la puntuación no nos fue favorecedora para nada. No importa, por lo menos nos divertimos…y la señora seguía contando sus anécdotas.

Cerca de la una de la tarde, ya exhausta por el calor y los juegos, divisé a lo lejos un carrito de perros calientes. Lo malo fue que al igual que yo, lo hicieron los no-sé-cuantos-cientos muchachos que estaban en el campamento, así que quedé como de penúltima en la cola. Recordando viejos tiempos de colegio y poniendo cara de pendeja, poco a poco me fui coleando hasta que llegué a la ansiada meta. Nunca pensé que llegaría a ser tan popular en tan poco tiempo. De inmediato, como una docena de chamos comenzaron a llamarme: mamá de Verito, mamá de Verito…pásame un perro, please! Y así comenzó una cadena de corrupción que terminó cuando vi a uno de los coordinadores del campamento que venía en nuestra dirección y yo, valientemente y con la misma cara de pendeja, emprendí mi huida hacia la derecha.

Eran cerca de las 3 de la tarde cuando nos tocó ir a la cancha de Paintball. Allí estaba yo, flanqueada por los tres corpulentos miembros de mi equipo, bajo la mirada de odio de mi hija, a quien “desprecié” vilmente al unirme a un equipo de puros hombres! De bolas! Con esa paliza que nos dieron en bolas criollas tenía que cambiar a mis compañeros; además, en este equipo no estaba la señora Duracell (la que no se callaba nunca). Bueno, me encasqueté el equipo de protección y me dirigí al campo cual Rambo. Claro, una vez en el campo dejé de sentirme como él para sentirme como Ellie, la mamut hembra de la Era de Hielo 2 que se creía rabipelado. En todo el campo había dos escondites: un pedazo de tubo de concreto y un arbusto…adivinen detrás de cuál me tocó esconderme a mí? Ajá! Entienden el símil? Comenzaron los tiros y creo que la cuarta vez que dispararon me dieron el primer pepazo…sí, precisamente en la parte que más sobresalía del árbol. Aquí entre nos, menos mal que me hirieron en la primera, porque la verdad es que el equipo olía a muerto y la máscara esa no me dejaba respirar.

Salí de allí herida pero contenta. Mi hija se sentía orgullosísima de que su madre hubiera entrado en el campo de batalla y eso, señores míos, no tiene precio! “Mami, te duele? Busco hielo?...de pana se pasaron vale!, no ven que es mi mamá? Qué ratas, le dispararon a traición” Ah! Nada como cinco minutos de fama para subirle el ego a cualquiera! La señora reapareció con su verborrea habitual.

Muchos pensarán que con este episodio acabó la jornada, no? Jajaja! No, lo peor vino después. Un atormentante en insistente pito nos decía que debíamos formarnos para recibir las instrucciones de nuestra última misión. Debíamos averiguar quién, cómo y cuándo había matado a un Sr. X. Para ello, debíamos correr de pista en pista e ir descifrando los enigmas. Traducido al castellano, había que correr en cambote de puesto en puesto y cumplir penitencias para tener derecho a una pista. Que a que no adivinan? Sííí, las penitencias las teníamos que cumplir los padres, yupi! En menos de media hora, tuve que cantar, recitar, bailar, imitar, correr, saltar e implorar por una pistica que me diera una luz sobre cuál de los veinte sospechoso era el asesino. Yo estaba realmente agotada, física y moralmente. Ya no podía más con otro “agachaíto”, ni con “ayayay que manía tengo”, ni mucho menos podía cantar “la elefanta Beatriz” ni “los majitos traca-traca” otra vez. No sé cómo, pero de repente estaba de primera en otra cola; esta vez para el almuerzo de verdad. Allí me llegó la noticia de que todo el ridículo que había hecho minutos atrás había valido la pena: nuestro equipo ganó la competencia. El premio? Una caja de bombones Ferrero Rocher que nos repartimos como entre veinte personas.

Más tarde vinieron los premios. Vero logró su merecido ascenso luego de tres años y yo lloré (como debe ser) cuando vi el video de su trayectoria en Aventura.

A las 11 de la noche nos tocó abordar el autobús que nos traería de regreso a Caracas. La señora Duracell se montó de nuevo a mi lado y obviamente, no se calló ni un segundo.

Yo llegué destruida, con un morado en una nalga, mil picadas de zancudo, mojada de sudor (el calor no me la puso fácil) y atormentada por el empeño de la señora Duracell en hacerme sentir como una madre ausente (lo cual no logró) por no estar con mi hija las 24 horas del día acompañándola en todas sus actividades, pero satisfecha con los resultados de la jornada, orgullosa por los logros de Vero y feliz por haber pasado con ella un día tan colorido.

Ah! Y saben qué? Vero me agradece que sea como soy “mami, esa señora es una ladilla! Nunca deja a la hija en paz. Menos mal que tú no eres así.”

martes, 7 de septiembre de 2010

Pásenme un rollo de papeeeeeel!!!!!!

Desde chiquitita me ha venido acompañando una especie de karma que se manifiesta, muy especialmente, en los momentos de mayor apuro de mi vida; es decir: cuando voy al baño. No se asusten que no voy a salir con ninguna atrocidad!
No importa a cual baño vaya, ni importa cuántos cubículos tenga ese baño. “Impepinablemente” , el que yo escoja para entrar va a ser el que no tenga papel. Eso lo pueden escribir! Ustedes se reirán, pero de verdad, no pasa un solo día del año sin que yo tenga que cambiar el bendito rollo de papel sanitario en algún lado, o por lo menos avisarle a quien le toque hacerlo. En mi casa hay tres baños; el que yo escoja para mis necesidades, es siempre justamente el que no tiene papel…francamente!
Me acuerdo de los viajes en ferry a Margarita, aquellos camastrones que se tardaban como seis horas desde Puerto la Cruz en los que el baño quedaba en la mitad del pasillo entre los asientos y el restaurant. Siempre había una tipa en la puerta del baño de damas, cuya única función era hacer rollitos de papel higiénico para dárselo a quienes iban a hacer uso del baño. Pues qué creen? Invariablemente, al llegar yo, tenía que esperar a que fueran hasta la otra parte del barco a buscar más papel…y yo aguantaaaaando con las piernas cruzadas. Ojo, digo única función porque limpiar los baños como que no era con ella, pero eso es tema para otro post.
No recuerdo ningún baño con papel en el colegio, aunque mis compañeras me dicen que sí había de ese que parece papel de lija gris, y en la universidad……pues creo que la matrícula no era suficiente para comprar papel para todos los baños porque en cinco años, creo que tuve el privilegio de encontrar papel unas dos o tres veces nada más!
Con la invención de los maxi-rollos esos que hay ahora en todos los baños públicos, llegué –ilusamente- a pensar que mis problemas habían terminado. Jajaja! Qué lejos estaba yo de la realidad. Ahora es peor la vaina, porque llego al baño y como veo papel colgando por la abertura del monstruo ese donde ponen el maxi-rollo en cuestión, entro con toda la confianza del mundo, pero después de hacer equilibrio, apuntar, etc., cuando llega el momento de la verdad y halo el papel….. quedan dos cuadritos y medio que no alcanzan ni para secarse una gota de sudor!!! En el último mes me ha pasado esa vaina tres veces en el baño del trabajo, cooooñooo!
Yo me dejé ya de mariqueras y ahora cargo en el bolsillo mi paquetico de kleenex y cuando me vuelva a pasar, voy a cantar victoria y le diré al baño: tú a mi no me jodes!!!
Pero en serio, cual es la probabilidad de que a uno le toque ese maxi-rollo vacío? Son kilómetros de papel….por qué carajo se tiene que acabar justo cuando me toca a mí entrar en el baño?

martes, 29 de junio de 2010

lo logré...otra vez!

Este va a ser cortico. Sólo para comentarles que la complicación no es exclusiva de los habitantes de mi Macondo meridional (Polignano), Noooo! La vaina es genética! Yo pensé que al llegar a mi terruño ya me podía ir olvidando de las tragedias y ahogaderas en un vaso de agua de los italianos y que me tocaría lidiar de nuevo con las incompetencias y chaveztialidades de mis coterráneos, pero no fue así. Había pasado por alto el pequeño detalle de los documentos que van y vienen a través del consulado.

Conseguir a tiempo las notas de 2do grado de mi hijo fue más complicado que sacar un permiso para visitar una una estación espacial. Desde solicitudes por escrito directamente en Polignano con un mes de antelación, pasando por las continuas ausencias del director del colegio (única persona con autoridad suficiente para permitir la emisión de la boleta dos días antes de la fecha oficial de entrega de la misma) y carreras de mi buen y abnegado esposo pocas horas antes de abordar el avión, hasta la dejadez, mala atención y falta de respeto de la encargada de asuntos educativos del Consulado Italiano en Caracas. Pero como siempre, lo logré nojoda!

Pese a todas las adversidades, sorteando todos los obstáculos y desafiando hasta las opiniones de los más entendidos en la materia, quienes me aseguraban prácticamente con una mano en la biblia que lo que yo necesitaba no lo iba a poder encontrar ni en el sarcófago de Tutankamon, pude al fin conseguir por escrito la información que tanto anhelaba...y gratis!

La mujer del consulado hizo algo que muchos de sus connacionales intentaron en vano durante un año: logró sacarme de mis casillas, haciéndose merecedora de un estridente y reconfortante "ma vaffanculo"...claro, tomé mis precauciones y en ningún momento le di ni mi nombre ni ningún indicio de mi procedencia...no fuera a ser que me declarara persona no grata, porque ahí si es verdad que se me iba a trancar el serrucho!

sábado, 8 de mayo de 2010

1, 2 3....arriba!

Quienes me conocen, saben que siempre he sido más floja que "beso'e gafo" para hacer ejercicios; que puedo caminar muchísimo siempre y cuando no hayan pendientes de más de 5 grados y que el mundo de los gimnasios, entrenamientos y demás actividades que conlleven saltos, brincos, repeticiones y cualquier cosa que implique sudar, me resulta inhóspito y espeluznante.
Pues bien, les cuento que en un vano intento de probarme a mí misma que las cosas no siempre son tan horribles como uno las percibe, acepté sin titubeos -y hasta con cierta emoción- participar en una sesión de bailoterapia, que con motivo del Día de la Madre organizaron en el colegio donde cursa estudios mi hijo.
Más puntual que de costumbre llegué a la cita, ataviada con ropa cómoda y zapatos de goma. Claro, el pequeño detalle fue que olvidé que para esas cosas no sólo cuenta "la pinta", sino la catajarra de accesorios que hay que llevar: gorra, bandana, muñequera, botella de agua, toalla, licra y top, etc....no llevé nada de eso , así que...primer out!
La mañana transcurrió de lo más animada y emotiva (los niños hicieron un acto bellísimo que me arrancó una que otra lagrimilla), hasta que llegó el momento de "ponelse a sudal".
A las 10:30 de la mañana, bajo una "pepa'e sol" inclemente, nos arrearon -literalmente- hasta las canchas del colegio. Prácticamente sin anestesia, una loca se montó en una tarima, puso una música a todo volumen y empezó a dar brincos y gritos a diestra y siniestra.
Pa'mí que todas esas carajas que estaban allí se metieron una vaina y yo no me di cuenta, porque de repente parecía como que todas hubieran entrado en trance, y cual autómatas de película de ciencia ficción, empezaron a imitar los brincos y los gritos de la loca sobre la tarima. Creo que por efectos de eso que se llama histeria colectiva me dejé llevar por la situación, y en pocos minutos estaba yo también brincando y meneándome en medio del bululú ese.
Se imaginarán cuánto trabajo me costó adaptarme a eso, no? Mi delicada humanidad (para los que no me conocen, mido 1,73 y tengo una contextura robusta -"built like a Mack truck"-, diría un gringo) tratando de seguir la coreografía. Cuando yo por fin lograba que mi cuerpo entendiera que el brazo derecho tenía que ir "pa'rriba y pa'bajo" mientras que a las piernas les tocaba "pa'trás y pa'lante", venía la loca esa y me cambiaba la seña. Y por si fuera poco, a mí no se me ocurrió ponerme en la última fila, sino que de "pepaasomá" fui a ponerme en todo el medio. Mientras yo iba hacia la derecha, se me venía encima el gentío que se empeñaba en ir hacia la izquierda, así que de un brinquito yo me volteaba para seguirlas, pero las muy pérfidas se volteaban también, sólo para hacerme sentir como una inútil descoordinada!
Así me mantuve hasta que se me empezaron a entumecer los músculos, así que dignamente -y antes de que me fuera a caer de boca delante de toda esa gente- decidí retirarme a la banca.
Ja! Desde la banca, y viendo el espectáculo de frente, me di cuenta de que no era yo la única "descuadernada" del grupo. Aunque no lo crean, había varias peores que yo! También me dí cuenta que la habilidad y destreza para seguir los pasos no es directamente proporcional a la vestimenta y accesorios que se lleven, porque sorprendentemente, las regordetas simpáticas con monos y franelas grandotas, se aprenden la coreografía en instantes y gozan su momento, mientras que esas que (se creen que) están buenotas porque están "tuneadas", alo que hacen es perder el tiempo arreglándose la cola, chequeando si tienen el zarcillo bien puesto o si "queman arroz", en lugar de seguir a la loca gritona de la tarima.
No terminé la rutina, pero me divertí un montón y compartí con mi hijo un día distinto.
Hoy me duele hasta el pelo, pero por fin entendí eso que los deportistas llaman 'memoria muscular': es cuando tu cuerpo, a punta de intensos puyasos, después de una intensa sesión de movimientos para alborotar la producción de ácido láctico, va recordando, uno a uno, el nombre de cada uno de los músculos hasta llegar al nunca bien ponderado esternocleidomastoideo.


jueves, 29 de abril de 2010

Poco a poco voy reaprendiendo cotidianidades

6 en punto de la mañana. Después de esperar unos cinco minutos, abordé el vehículo en el que recorrería de sureste a centro esta caótica ciudad. Antes de mí, subieron otros diez cristianos que les juro, no estaban delante de mí esperando, sino que llegaron corriendo a última hora y como por arte de magia, se me adelantaron. Obviamente, ocuparon los pocos asientos disponibles y quedé yo en equilibrio precario casi guindando de la puerta. Creo que el chofer se condolió de mi cara de Condorito porque al verme me dijo que me podía sentar sobre la tapa del motor. Quedé de frente al resto de los pasajeros, por lo que tuve bastante tiempo de observarlos detenidamente. A medida que iban subiendo iba yo imaginando sus posibles historias, comparando estereotipos y personajes que he conocido a lo largo de los años.
Iban tres o cuatro cajeros de banco, inconfundibles con sus corbatas sin saco y sus loncheras. Otros diez hombres jóvenes de músculos definidos pero delgados, de manos ásperas y usando jeans y franelas tipo “chemise” y morral al hombro eran, sin duda, obreros de construcción. Iban también varios liceístas somnolientos y unos seis estudiantes de la UCV, quienes se evidenciaban por sus franelas azules y beige los primeros, y por unos “pins” que decían “100% ucevista”, los otros. El resto, gente de todo tipo que se dirigía a su trabajo o a hacer sus diligencias.
El olor dentro de la camionetica sigue siendo como lo recordaba: una mezcla de ropa lavada con jabón azul, perfumes baratos, empanadas y champú, aderezada con escape de motor.
El repertorio musical de este día incluyó sólo dos géneros de música: folklore venezolano y salsa. Ya que no tenía mucho en qué pensar, escuché detenidamente todas y cada una de las canciones, llegando a las siguientes conclusiones: 1.- en el llano venezolano la hombría se demuestra enfrentando a los muertos y ofreciendo carajazos a diestra y siniestra, y 2.- los cantantes de salsa tienen una especie de obsesión por las sábanas blancas y por pasar la noche entera haciendo el amor, por lo que supongo la gente de mercadeo de Makro vio la tremenda oportunidad comercial que tenían en las manos y de allí el éxito en las ventas de sábanas blancas en paquetes de tres unidades, por no mencionar los volúmenes de venta de Viagra, Cialis y demás drogas potenciadoras de la hombría.
A las 7 y 30 llegué a mi destino, un tanto turuleca por el serpenteo del recorrido y con la misma sensación que me quedaba en el cuerpo después de patinar durante un buen rato con mis “winchester” primero y más adelante con mis “ruedas calientes”: con un temblequeo raro. Pensándolo bien, en un contexto muy distinto y con un poco de imaginación, la travesía sobre la vibrante tapa del motor de una camionetica pudiera llegar a ser una experiencia muy placentera.
Me prometí a mi misma no seguir comparando realidades, pero me es difícil cumplir. Creo que una buena manera de no sufrir es seguir visualizando mi utopía de un sitio con las cosas buenas de aquí y de allá. Las camioneticas, definitivamente, no encajan en este Nirvana.

sábado, 20 de marzo de 2010

Se solicita joven recién graduado/a para trabajar como mesonero en prestigiosa sala de bingo

En mil setecientos y pico, uno de los hermanos Monagas dio un gran paso en la historia laboral de Venezuela, aboliendo la esclavitud (disculpen la vaguedad de la información pero ya saben que lo mío son los cuentos, no los datos históricos per se). Es una verdadera lástima que los medios de transporte y comunicación de la época no estuvieran tan avanzados como para hacer llegar esa iniciativa hasta el viejo continente.
Después del embelesamiento inicial con el redescubrimiento de mis derechos básicos, el coñazo con la realidad laboral es, simplemente, brutal. Según dicen los entendidos en la materia, por lo menos en Italia, la preparación que dan las universidades no se compagina con las necesidades de las industrias; es decir, la gente sale de la universidad con un título nominal que en realidad no lo califica para desempeñar ninguna función. Su experiencia progresiva será la que finalmente le dará la entrada a un puesto de trabajo. El peo es conseguir la bendita experiencia progresiva en un país en el que nadie quiere darte la primera oportunidad. Más jodidos aún estamos los extranjeros, sobre todo los “extracomunitarios”, quienes al llegar acá podemos secarnos el sudor con el curriculum (por no decir otra cosa un tanto más gráfica). Llegamos en cero, con más años a cuestas y, por lo tanto, con mayores dificultades para conseguir esa ansiada primera vez.
Dado este panorama, no es de extrañarse que jóvenes (y no tan jóvenes) profesionales, italianos y extranjeros, de las más variadas áreas se desempeñen como mesoneros, vendedores de servicios de suscripción por cable o pasilleros de hipermercados, por sólo nombrar algunos.
El problema no es la posición que desempeñen, sino las condiciones de trabajo que se ven obligados a aceptar. Es un círculo vicioso muy difícil de interrumpir. No hay puestos de trabajo, así que se debe trabajar en lo que se consigue. Los patronos se aprovechan de la situación y se excusan en la infinidad de impuestos que el gobierno les exige para pagarle una miseria a los empleados, quienes hacen larguísimas jornadas por poquísimo dinero. En teoría, la ley protege al empleado, pero como no existe la denuncia anónima, si a una persona se le ocurre denunciar a un patrono, quedará “rayado” el resto de su vida y por ende, no conseguirá trabajo jamás. Con la escasez de oportunidades, si él deja el puesto seguramente habrá tres más esperando para ocuparlo, aún a sabiendas de lo que se les viene encima.
Otro de los aspectos es la poca seguridad que existe con respecto a la permanencia en el trabajo. Con la misma excusa de los impuestos, los patronos buscan las mil y una forma para hacer contratos a tiempo determinado; es decir, por un número específico de meses, de manera de evitarse los costos de cesantía, antigüedad y vacaciones previstos en la ley. Así, la relación laboral se puede mantener durante años, sin ventajas para el empleado y prácticamente sin costos asociados para el patrono.
Luego de ver y entender esta realidad creo que siempre tuve los jefes más benevolentes del mundo; que los paquetes de las empresas en las que trabajé en Venezuela han sido los mejores del universo y que los horarios de trabajo que disfruté allá difícilmente puedan ser más flexibles en la vía láctea. Los regaños que alguna vez recibí por parte de mis superiores hoy los recuerdo como dulces melodías, y su mal humor matutino (o vespertino) es su respuesta ante la hostilidad de la cotidianidad caraqueña.
No todo en el primer mundo es de primera clase. La esclavitud es un deporte que los italianos se niegan a dejar de practicar, sólo que ahora no lo hacen sólo con nuestros hermanos del continente negro sino con todo el que puedan –o se deje. Creo que la geografía de esta gran tierra influye mucho en su manera de pensar: es como una bota, no?..pues a las patadas será!

viernes, 12 de marzo de 2010

Cosas "verdes", Sancho

El de hoy es otro de esos relatos que, por muy surrealista que parezca, viene de la vida misma. Uuuuy! No se asusten que no es tan profunda la cosa.
Como es costumbre, en diciembre los colegios hacen actos en los que participan todos, o casi todos, los párvulos de la escuela. En el colegio donde está mi hijo menor hicieron lo propio, escenificando un pesebre muy colorido y bien logrado. Esta servidora, haciendo gala de su más reciente pasatiempo, decidió tomarle fotografías a todos los carajitos durante la puesta en escena del acto en cuestión. Con las fotografías, armó un álbum virtual, de esos que sólo se pueden ver en la red. La idea era mandarle a los padres el link por correo electrónico para que lo pudieran también compartir con sus familiares y amigos. Lástima que no tenía ni la más remota idea de la clase de peo en la que me estaba metiendo!
“Son apenas 12 papás” me dije, así que me llevé una libretita y una pluma para anotar los emails de cada uno…jajaja! Qué ilusa!
Las reacciones variaron entre caras de sorpresa, miradas curiosas y gestos sin sentido. No hubo una sola persona que me dijera que sí tenía una dirección de correo electrónico. Yo sabía con certeza que algunas personas me iban a decir que no tenía email, pero nunca me imaginé que NINGUNA lo tuviera. Ojo, les estoy hablando de personas de clase media y media-alta. Muchas andan en Mercedes Benz, más de la mitad viajaron a esquiar en diciembre y todas, sin excepción, usan ropa de marcas reconocidas.
Luego de una semana y media, logré recabar 6 emails de parientes o amigos de estos papás que les estoy relatando. Entre las respuestas que recibí, parafraseo algunas: “ah! Sí, mi hermana que vive en Roma creo que tiene uno (un email)”; “le voy a preguntar a mi esposo porque creo que alguien en su trabajo lo tiene”; “un qué?”; “no, a mí no me gusta eso”. Entre los que finalmente pude recabar, me llamaron poderosamente la atención dos: “Fulano chiocciola libero punto it – es decir fulano@libero.it” y www.fulanonofulano1976@libero.it”. Evidentemente se los dictaron por teléfono!
De los 6 que finalmente mandé, sólo uno lo ha podido ver (ya estamos en Semana Santa).
Había leído en alguna parte que Italia era el país de la CE con la menor penetración de internet y antes me costaba mucho entender el por qué del rechazo de los italianos del norte a los italianos del sur, la Lega Nord y esas cosas, pero ahora sí entiendo. Son dos Italias, una de Roma hacia arriba, desarrollada, industrializada y de vanguardia. La otra de Roma hacia abajo, agricultora, con pocas industrias y mucho desempleo, exageradamente apegada a las tradiciones y poco abierta a las innovaciones. La penetración de internet, definitivamente, se ha dado de Roma pa’rriba, porque lo que es aquí en el tacón..nanai, nanai!

sábado, 9 de enero de 2010

Olores y sentimientos

Entre las muchísimas diferencias que a diario encuentro entre Venezuela e Italia, hay una que me impactó considerablemente durante este mes de diciembre.
Yo sentía que había algo distinto, pero no eran ni las decoraciones típicas del mes, ni la música. Era algo más. Analizando y analizando por fin me pude dar cuenta de lo que era: los olores.
Inmediatamente identificado el asunto, me dediqué a caminar y a ejercitar el sentido del olfato, poniendo a prueba mi memoria olfativa. Con los ojos cerrados comencé a identificar los olores, primero de la casa hacia arriba, luego hacia la derecha y por último, hacia la izquierda, durante mi habitual recorrido matutino.
Los lunes, invariablemente, los aromas de la limpieza se entremezclan a medida que paso las puertas y ventanas de las casas vecinas. Cuando hay viento, lo primero que se siente es el olor del detergente y del suavizante para la ropa. Es el día de lavado y en todas las ventanas se exhiben orgullosamente tendederos llenos de ropa inmaculadamente blanca, que al ondear al compás del viento desprenden perfume de lavanda, jazmín, bouquet, bebé…definitivamente huele a limpio.
Desde las puertas, en cambio, se percibe un fortísimo olor a cloro, a amoníaco, a desinfectante. Sigue siendo lunes y no sólo se debe lavar la ropa, sino que se debe dar una profunda limpieza a la casa, como para eliminarle todo vestigio de la presencia de las visitas propias del fin de semana. Primero con la escoba, luego con la aspiradora, y luego con el coleto bañado en agua con desinfectante, o mejor dicho, en desinfectante con agua. Después de coletear los pisos con esta mezcla, se vierte la que queda en el tobo sobre la acera y se restriega frenéticamente con la escoba, calle abajo. Al final de la vorágine, se exhiben escoba, tobo, coleto y haragán -cual trofeos- al lado de la puerta.
El martes, al llegar a la plaza se mezclan los olores de la frutería con los de la charcutería. Con los ojos cerrados, desde afuera identifico fácilmente parmesano, jamón serrano, jamón de pierna y bacalao. Muevo la cabeza un poco más a la derecha y comienzo a sentir el olor a mandarina, melón y a hortalizas frescas. Es difícil no ceder a la tentación de entrar aunque sólo sea a ver y a oler la frescura de las frutas.
Sigo mi camino y llego al contenedor de basura. Afortunadamente allí no huele a nada. Recuerdo con repugnancia los contenedores de basura del Km 12 de la carretera a El Junquito. Apuro el paso porque debo llegar rápido a un sitio; además, no quiero arruinar el momento.
Comienzan los olores que me hacen agua la boca. La señora de la esquina hornea una “focaccia”. Es jueves y vienen los nietos a almorzar con ella, por eso la prepara puntualmente de manera que apenas lleguen, la puedan disfrutar aún tibia. Un poco más allá, el olor que emana de otra casa me hace calcular el tamaño de la olla de salsa que está terminando de cocinar una señora de aspecto antipático. Ya no se siente el olor ácido del tomate, por lo que estimo que debe estar prácticamente lista. Por la bulla que se oye, ya está poniendo a punto el agua en la que habrá de sumergir la pasta que después bañará con la salsa. Es casi la una de la tarde.
Llega el domingo, y a lo largo de los 300 metros que debo recorrer a pie hasta mi destino final me inunda el aroma de “polpettini”, minúsculas albóndigas de carne con queso parmesano cocinadas en tomate, y de “lasagna”, platos típicos para comer en familia. Llego a la meta y entro embelesada con el olor a frutos de mar. Pepitonas gratinadas y “orata al cartoccio” me esperan para almorzar.
Conversamos un rato y me hacen la pregunta de rigor… “qué comen ustedes en navidad?”. Inmediatamente mi nariz comienza a recordar la mezcla de los olores del guiso, encurtidos, gallina y onoto, y me hace añorar a gritos las hallacas de mi mamá. Siento el olor del pan de jamón recién horneado y visualizo un pernil aún humeante listo para despedazarse bajo el filo inclemente del cuchillo. Las glándulas salivales que están justo detrás de las muelas del juicio comienzan a trabajar sólo al imaginar el olor pastoso del papelón cuando mi abuela cocinaba el dulce de lechoza. Una sonora risa me hace regresar del trance y veo la cara de mi interlocutor esperando mi respuesta. Me acomodo en la silla y le digo: “platos hechos a base de carne, cerdo y maíz”, sin dar mayores detalles. Una salobre lágrima recorre mi mejilla. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva a sentir esos olores otra vez. Pasarán varias navidades hasta que vuelva a abrazar a mi gente querida como tiene que ser. Coño! Me hacen falta!!!