En mil setecientos y pico, uno de los hermanos Monagas dio un gran paso en la historia laboral de Venezuela, aboliendo la esclavitud (disculpen la vaguedad de la información pero ya saben que lo mío son los cuentos, no los datos históricos per se). Es una verdadera lástima que los medios de transporte y comunicación de la época no estuvieran tan avanzados como para hacer llegar esa iniciativa hasta el viejo continente.
Después del embelesamiento inicial con el redescubrimiento de mis derechos básicos, el coñazo con la realidad laboral es, simplemente, brutal. Según dicen los entendidos en la materia, por lo menos en Italia, la preparación que dan las universidades no se compagina con las necesidades de las industrias; es decir, la gente sale de la universidad con un título nominal que en realidad no lo califica para desempeñar ninguna función. Su experiencia progresiva será la que finalmente le dará la entrada a un puesto de trabajo. El peo es conseguir la bendita experiencia progresiva en un país en el que nadie quiere darte la primera oportunidad. Más jodidos aún estamos los extranjeros, sobre todo los “extracomunitarios”, quienes al llegar acá podemos secarnos el sudor con el curriculum (por no decir otra cosa un tanto más gráfica). Llegamos en cero, con más años a cuestas y, por lo tanto, con mayores dificultades para conseguir esa ansiada primera vez.
Dado este panorama, no es de extrañarse que jóvenes (y no tan jóvenes) profesionales, italianos y extranjeros, de las más variadas áreas se desempeñen como mesoneros, vendedores de servicios de suscripción por cable o pasilleros de hipermercados, por sólo nombrar algunos.
El problema no es la posición que desempeñen, sino las condiciones de trabajo que se ven obligados a aceptar. Es un círculo vicioso muy difícil de interrumpir. No hay puestos de trabajo, así que se debe trabajar en lo que se consigue. Los patronos se aprovechan de la situación y se excusan en la infinidad de impuestos que el gobierno les exige para pagarle una miseria a los empleados, quienes hacen larguísimas jornadas por poquísimo dinero. En teoría, la ley protege al empleado, pero como no existe la denuncia anónima, si a una persona se le ocurre denunciar a un patrono, quedará “rayado” el resto de su vida y por ende, no conseguirá trabajo jamás. Con la escasez de oportunidades, si él deja el puesto seguramente habrá tres más esperando para ocuparlo, aún a sabiendas de lo que se les viene encima.
Otro de los aspectos es la poca seguridad que existe con respecto a la permanencia en el trabajo. Con la misma excusa de los impuestos, los patronos buscan las mil y una forma para hacer contratos a tiempo determinado; es decir, por un número específico de meses, de manera de evitarse los costos de cesantía, antigüedad y vacaciones previstos en la ley. Así, la relación laboral se puede mantener durante años, sin ventajas para el empleado y prácticamente sin costos asociados para el patrono.
Luego de ver y entender esta realidad creo que siempre tuve los jefes más benevolentes del mundo; que los paquetes de las empresas en las que trabajé en Venezuela han sido los mejores del universo y que los horarios de trabajo que disfruté allá difícilmente puedan ser más flexibles en la vía láctea. Los regaños que alguna vez recibí por parte de mis superiores hoy los recuerdo como dulces melodías, y su mal humor matutino (o vespertino) es su respuesta ante la hostilidad de la cotidianidad caraqueña.
No todo en el primer mundo es de primera clase. La esclavitud es un deporte que los italianos se niegan a dejar de practicar, sólo que ahora no lo hacen sólo con nuestros hermanos del continente negro sino con todo el que puedan –o se deje. Creo que la geografía de esta gran tierra influye mucho en su manera de pensar: es como una bota, no?..pues a las patadas será!
Después del embelesamiento inicial con el redescubrimiento de mis derechos básicos, el coñazo con la realidad laboral es, simplemente, brutal. Según dicen los entendidos en la materia, por lo menos en Italia, la preparación que dan las universidades no se compagina con las necesidades de las industrias; es decir, la gente sale de la universidad con un título nominal que en realidad no lo califica para desempeñar ninguna función. Su experiencia progresiva será la que finalmente le dará la entrada a un puesto de trabajo. El peo es conseguir la bendita experiencia progresiva en un país en el que nadie quiere darte la primera oportunidad. Más jodidos aún estamos los extranjeros, sobre todo los “extracomunitarios”, quienes al llegar acá podemos secarnos el sudor con el curriculum (por no decir otra cosa un tanto más gráfica). Llegamos en cero, con más años a cuestas y, por lo tanto, con mayores dificultades para conseguir esa ansiada primera vez.
Dado este panorama, no es de extrañarse que jóvenes (y no tan jóvenes) profesionales, italianos y extranjeros, de las más variadas áreas se desempeñen como mesoneros, vendedores de servicios de suscripción por cable o pasilleros de hipermercados, por sólo nombrar algunos.
El problema no es la posición que desempeñen, sino las condiciones de trabajo que se ven obligados a aceptar. Es un círculo vicioso muy difícil de interrumpir. No hay puestos de trabajo, así que se debe trabajar en lo que se consigue. Los patronos se aprovechan de la situación y se excusan en la infinidad de impuestos que el gobierno les exige para pagarle una miseria a los empleados, quienes hacen larguísimas jornadas por poquísimo dinero. En teoría, la ley protege al empleado, pero como no existe la denuncia anónima, si a una persona se le ocurre denunciar a un patrono, quedará “rayado” el resto de su vida y por ende, no conseguirá trabajo jamás. Con la escasez de oportunidades, si él deja el puesto seguramente habrá tres más esperando para ocuparlo, aún a sabiendas de lo que se les viene encima.
Otro de los aspectos es la poca seguridad que existe con respecto a la permanencia en el trabajo. Con la misma excusa de los impuestos, los patronos buscan las mil y una forma para hacer contratos a tiempo determinado; es decir, por un número específico de meses, de manera de evitarse los costos de cesantía, antigüedad y vacaciones previstos en la ley. Así, la relación laboral se puede mantener durante años, sin ventajas para el empleado y prácticamente sin costos asociados para el patrono.
Luego de ver y entender esta realidad creo que siempre tuve los jefes más benevolentes del mundo; que los paquetes de las empresas en las que trabajé en Venezuela han sido los mejores del universo y que los horarios de trabajo que disfruté allá difícilmente puedan ser más flexibles en la vía láctea. Los regaños que alguna vez recibí por parte de mis superiores hoy los recuerdo como dulces melodías, y su mal humor matutino (o vespertino) es su respuesta ante la hostilidad de la cotidianidad caraqueña.
No todo en el primer mundo es de primera clase. La esclavitud es un deporte que los italianos se niegan a dejar de practicar, sólo que ahora no lo hacen sólo con nuestros hermanos del continente negro sino con todo el que puedan –o se deje. Creo que la geografía de esta gran tierra influye mucho en su manera de pensar: es como una bota, no?..pues a las patadas será!
No hay comentarios:
Publicar un comentario