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jueves, 29 de abril de 2010

Poco a poco voy reaprendiendo cotidianidades

6 en punto de la mañana. Después de esperar unos cinco minutos, abordé el vehículo en el que recorrería de sureste a centro esta caótica ciudad. Antes de mí, subieron otros diez cristianos que les juro, no estaban delante de mí esperando, sino que llegaron corriendo a última hora y como por arte de magia, se me adelantaron. Obviamente, ocuparon los pocos asientos disponibles y quedé yo en equilibrio precario casi guindando de la puerta. Creo que el chofer se condolió de mi cara de Condorito porque al verme me dijo que me podía sentar sobre la tapa del motor. Quedé de frente al resto de los pasajeros, por lo que tuve bastante tiempo de observarlos detenidamente. A medida que iban subiendo iba yo imaginando sus posibles historias, comparando estereotipos y personajes que he conocido a lo largo de los años.
Iban tres o cuatro cajeros de banco, inconfundibles con sus corbatas sin saco y sus loncheras. Otros diez hombres jóvenes de músculos definidos pero delgados, de manos ásperas y usando jeans y franelas tipo “chemise” y morral al hombro eran, sin duda, obreros de construcción. Iban también varios liceístas somnolientos y unos seis estudiantes de la UCV, quienes se evidenciaban por sus franelas azules y beige los primeros, y por unos “pins” que decían “100% ucevista”, los otros. El resto, gente de todo tipo que se dirigía a su trabajo o a hacer sus diligencias.
El olor dentro de la camionetica sigue siendo como lo recordaba: una mezcla de ropa lavada con jabón azul, perfumes baratos, empanadas y champú, aderezada con escape de motor.
El repertorio musical de este día incluyó sólo dos géneros de música: folklore venezolano y salsa. Ya que no tenía mucho en qué pensar, escuché detenidamente todas y cada una de las canciones, llegando a las siguientes conclusiones: 1.- en el llano venezolano la hombría se demuestra enfrentando a los muertos y ofreciendo carajazos a diestra y siniestra, y 2.- los cantantes de salsa tienen una especie de obsesión por las sábanas blancas y por pasar la noche entera haciendo el amor, por lo que supongo la gente de mercadeo de Makro vio la tremenda oportunidad comercial que tenían en las manos y de allí el éxito en las ventas de sábanas blancas en paquetes de tres unidades, por no mencionar los volúmenes de venta de Viagra, Cialis y demás drogas potenciadoras de la hombría.
A las 7 y 30 llegué a mi destino, un tanto turuleca por el serpenteo del recorrido y con la misma sensación que me quedaba en el cuerpo después de patinar durante un buen rato con mis “winchester” primero y más adelante con mis “ruedas calientes”: con un temblequeo raro. Pensándolo bien, en un contexto muy distinto y con un poco de imaginación, la travesía sobre la vibrante tapa del motor de una camionetica pudiera llegar a ser una experiencia muy placentera.
Me prometí a mi misma no seguir comparando realidades, pero me es difícil cumplir. Creo que una buena manera de no sufrir es seguir visualizando mi utopía de un sitio con las cosas buenas de aquí y de allá. Las camioneticas, definitivamente, no encajan en este Nirvana.

1 comentario:

  1. Amiga! Se te da muy bien esto de escribir =D

    Me sentí 100% identificada jajaja más aún cuando me acabo de bajar de una camionetica!! Un abrazo y un beso desde Venezuela! Muack!

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