Unas semanas atrás, mi hija me invitó a que la acompañara a un paseo con la empresa organizadora de campamentos vacacionales con la que ella trabaja. Aunque la idea de ir a Caucagua en autobús no me volvía del todo loca, decidí acompañarla y así conocer de cerca su entorno laboral. Dicho esto, un sábado nos encaminamos puntualmente hasta el Parque del Este para allí reunirnos y tomar los autobuses que nos llevarían a nuestro destino. De más está decirles que yo no conocía a nadie en esa vaina. Algunos papás se saludaban esquivamente, mientras que los guías (o sea, los compañeros de mi hija) se saludaban con besos y abrazos tan efusivos que me hicieron recordar el reencuentro con mis compañeras de colegio; claro, nosotras teníamos casi 26 años sin vernos, mientras que ellos tenían máximo tres días sin verse puesto que habían trabajado prácticamente toda la temporada juntos. Verónica tuvo la delicadeza de presentarme a una señora, más o menos contemporánea, quien en principio pareció ser mi salvación.
Los adultos nos montamos en un autobús. Seguidamente, se montaron un par de guías con un “hola!!!, verdad que este es el autobús más divertido del paseo? Durante el viaje vamos a jugar unos juegos muy divertidos”…Bueno, así sería nuestra cara, que las pobres niñas se sentaron en el último asiento y no volvieron a hablar sino cuando nos bajamos en Caucagua. Dios!!! Si tan sólo la señora que me presentó Vero hubiera hecho lo mismo!!!
Una vez en Caucagua, comenzó la tórrida jornada. Los humanos desayunamos y los zancudos comenzaron a hacer lo mismo con todos nosotros….qué masacre! A eso de las 11:30 de la mañana, comenzó lo que más temía: los juegos en equipo…y la señora seguía hablando. La primera paliza la llevamos en bolas criollas. A las cuatro ineptas (Vero, mi persona, la señora que nunca se calló y su hija) nos tocó jugar contra el trabuco de Caucagua. Para no herir más mi ego, sólo les contaré que nuestro partido duró algo así como tres minutos y medio y la puntuación no nos fue favorecedora para nada. No importa, por lo menos nos divertimos…y la señora seguía contando sus anécdotas.
Cerca de la una de la tarde, ya exhausta por el calor y los juegos, divisé a lo lejos un carrito de perros calientes. Lo malo fue que al igual que yo, lo hicieron los no-sé-cuantos-cientos muchachos que estaban en el campamento, así que quedé como de penúltima en la cola. Recordando viejos tiempos de colegio y poniendo cara de pendeja, poco a poco me fui coleando hasta que llegué a la ansiada meta. Nunca pensé que llegaría a ser tan popular en tan poco tiempo. De inmediato, como una docena de chamos comenzaron a llamarme: mamá de Verito, mamá de Verito…pásame un perro, please! Y así comenzó una cadena de corrupción que terminó cuando vi a uno de los coordinadores del campamento que venía en nuestra dirección y yo, valientemente y con la misma cara de pendeja, emprendí mi huida hacia la derecha.
Eran cerca de las 3 de la tarde cuando nos tocó ir a la cancha de Paintball. Allí estaba yo, flanqueada por los tres corpulentos miembros de mi equipo, bajo la mirada de odio de mi hija, a quien “desprecié” vilmente al unirme a un equipo de puros hombres! De bolas! Con esa paliza que nos dieron en bolas criollas tenía que cambiar a mis compañeros; además, en este equipo no estaba la señora Duracell (la que no se callaba nunca). Bueno, me encasqueté el equipo de protección y me dirigí al campo cual Rambo. Claro, una vez en el campo dejé de sentirme como él para sentirme como Ellie, la mamut hembra de la Era de Hielo 2 que se creía rabipelado. En todo el campo había dos escondites: un pedazo de tubo de concreto y un arbusto…adivinen detrás de cuál me tocó esconderme a mí? Ajá! Entienden el símil? Comenzaron los tiros y creo que la cuarta vez que dispararon me dieron el primer pepazo…sí, precisamente en la parte que más sobresalía del árbol. Aquí entre nos, menos mal que me hirieron en la primera, porque la verdad es que el equipo olía a muerto y la máscara esa no me dejaba respirar.
Salí de allí herida pero contenta. Mi hija se sentía orgullosísima de que su madre hubiera entrado en el campo de batalla y eso, señores míos, no tiene precio! “Mami, te duele? Busco hielo?...de pana se pasaron vale!, no ven que es mi mamá? Qué ratas, le dispararon a traición” Ah! Nada como cinco minutos de fama para subirle el ego a cualquiera! La señora reapareció con su verborrea habitual.
Muchos pensarán que con este episodio acabó la jornada, no? Jajaja! No, lo peor vino después. Un atormentante en insistente pito nos decía que debíamos formarnos para recibir las instrucciones de nuestra última misión. Debíamos averiguar quién, cómo y cuándo había matado a un Sr. X. Para ello, debíamos correr de pista en pista e ir descifrando los enigmas. Traducido al castellano, había que correr en cambote de puesto en puesto y cumplir penitencias para tener derecho a una pista. Que a que no adivinan? Sííí, las penitencias las teníamos que cumplir los padres, yupi! En menos de media hora, tuve que cantar, recitar, bailar, imitar, correr, saltar e implorar por una pistica que me diera una luz sobre cuál de los veinte sospechoso era el asesino. Yo estaba realmente agotada, física y moralmente. Ya no podía más con otro “agachaíto”, ni con “ayayay que manía tengo”, ni mucho menos podía cantar “la elefanta Beatriz” ni “los majitos traca-traca” otra vez. No sé cómo, pero de repente estaba de primera en otra cola; esta vez para el almuerzo de verdad. Allí me llegó la noticia de que todo el ridículo que había hecho minutos atrás había valido la pena: nuestro equipo ganó la competencia. El premio? Una caja de bombones Ferrero Rocher que nos repartimos como entre veinte personas.
Más tarde vinieron los premios. Vero logró su merecido ascenso luego de tres años y yo lloré (como debe ser) cuando vi el video de su trayectoria en Aventura.
A las 11 de la noche nos tocó abordar el autobús que nos traería de regreso a Caracas. La señora Duracell se montó de nuevo a mi lado y obviamente, no se calló ni un segundo.
Yo llegué destruida, con un morado en una nalga, mil picadas de zancudo, mojada de sudor (el calor no me la puso fácil) y atormentada por el empeño de la señora Duracell en hacerme sentir como una madre ausente (lo cual no logró) por no estar con mi hija las 24 horas del día acompañándola en todas sus actividades, pero satisfecha con los resultados de la jornada, orgullosa por los logros de Vero y feliz por haber pasado con ella un día tan colorido.
Ah! Y saben qué? Vero me agradece que sea como soy “mami, esa señora es una ladilla! Nunca deja a la hija en paz. Menos mal que tú no eres así.”
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