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miércoles, 5 de agosto de 2009

Volumen, temperatura, área....

Los kilos comenzaron a importarme, sinceramente, en el momento en el que compré mi pasaje al exilio. Y es que no es nada fácil comprimir una vida en apenas 184 kilos que la aerolínea nos permite traer a los cuatro sin pago de penalidad. 184 kilos que suenan a mucho, pero son pocos al momento de empacar ropa, juguetes, medicinas, regalos, libros y cualquier otra posesión a la cual uno no esté dispuesto a renunciar así no más. Mal que bien, trajimos casi todo lo que planeamos. Nos pasamos un poquito de la cuenta, pero no tuvimos que pagar penalidad.
Otros kilos a los no le paraba mucho son los que llevo a cuestas. Y es que reconozco que me descuidé un poco, y siguiendo la tradición familiar, engordé. Pero no fue sino hasta llegar acá que me percaté de ello, no porque me viera gorda, sino porque en tres meses he perdido algunos kilos (ignoro cuántos)y me di cuenta al querer ponerme un pantalón que en Caracas usaba a diario, y ahora me queda nadando!, lo cual me lleva a otra medida que siempre me tuvo sin el menor de los cuidados: los grados.

Yo no entendía por qué, cada vez que hablábamos por teléfono con mi suegra, la primera parte de la conversación se centraba en "fa caldo...fa freddo". Claro, no lo entendía, porque en Caracas contamos con un clima maravilloso, absolutamente predecible y estable. En los países con cuatro estaciones, o por lo menos éste en el que estoy, el clima y la temperatura juegan un papel primordial en la vida de sus habitantes. Ahora no me pierdo el "meteo" de las noticias. Me he vuelto masoquista y ahora no me puedo acostar sin ver las predicciones de cuánto calor va a hacer al día siguiente, nada más que para saber de antemano cuan miserable me voy a sentir con el calor hijueputa que va a hacer. De allí los kilos que he perdido, es que es como si estuviera en el sauna todo el día, descubriendo glándulas sudoríparas en los lugares más recónditos de mi anatomía. Glándulas que deben haber estado latentes hasta llegar acá, porque, sinceramente, jamás en mi vida había sudado tanto. Ahora sumen el sudor a los kilómetros que camino a diario para hacer las diligencias y...voilá!..pérdida segura de peso.

La tercera medida son los metros. Mi cotidianidad se ha reducido a los metros estrictamente necesarios para sobrevivir. Se acabaron lo grandes espacios de esparcimiento: el terreno de la casa en el Junquito, mi casa grandota, el parque del edificio de mi mamá, la camioneta. Acá tengo una casa en la que cabemos los cuatro sin que podamos dejar de vernos a menos que cerremos la puerta del baño. Los edificios y casas están pegaditos unos a los otros, tanto, que es difícil saber a simple vista cuáles ventanas corresponden a un edificio y cuáles a otro. Las calles son angostísimas. Es cultural, la vaina. El espacio es compartido y punto. Tu ventana abierta de par en par es para que tu vecino hurgue en tus intimidades, y desde su sala, pueda saber cuántos vasos hay en tu despensa. No quedan sino dos alternativas: o te calas la mirada inquisidora de la vecina parada en el balcón, o dosificas la brisa marina cerrando la cortina, así sólo ven de a raticos.

Es mejor o es peor? No lo sé. Lo que sé que estoy redefiniendo mi vida con base en nuevas medidas. Comencé desde cero y esta vez estoy dosificando todo, centrándome por ahora en lo que necesito y no en lo que quiero, sin sacrificar la calidad: uno solo, pero bueno!

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