Pasé gran parte de la noche sin poder dormir. A falta de ovejas, me puse a contar los bloques de piedra que conforman el techo abovedado de mi cuarto: 146 en total. Los conté una y otra vez, no para verificar la cantidad, sino para tener la mente ocupada en otra cosa que no fuera pensar….pensar en mi país.
A pesar de la distancia que me separa deVenezuela, me mantengo informada del acontecer de allá. Parece mentira, pero estoy más enterada de las cosas que pasan en Venezuela que de las cosas que pasan acá en Italia. Sí, yo sé… aún no he terminado de cortar el cordón umbilical, pero es que una parte importantísima de mí aún está allá; no puedo simplemente cerrar los ojos y ya.
Vivir en un país en el que a uno nadie le ha confiscado sus derechos –ni sus bienes- le hace a uno ver las cosas desde un ángulo distinto. Y es que ahora es cuando veo con mayor claridad cuánto hemos perdido en Venezuela sin darnos cuenta!
A pesar de la distancia que me separa deVenezuela, me mantengo informada del acontecer de allá. Parece mentira, pero estoy más enterada de las cosas que pasan en Venezuela que de las cosas que pasan acá en Italia. Sí, yo sé… aún no he terminado de cortar el cordón umbilical, pero es que una parte importantísima de mí aún está allá; no puedo simplemente cerrar los ojos y ya.
Vivir en un país en el que a uno nadie le ha confiscado sus derechos –ni sus bienes- le hace a uno ver las cosas desde un ángulo distinto. Y es que ahora es cuando veo con mayor claridad cuánto hemos perdido en Venezuela sin darnos cuenta!
Yo era una de las que sostenía que la lucha es desde adentro y que uno no puede abandonar su patria, hasta que un buen día me cansé de escuchar relatos espeluznantes de asaltos, robos, secuestros, asesinatos…sin contar otros “intangibles” que a diario se vive en Venezuela.
Qué tristeza! Nuestros valores se trastocaron y ahora somos víctimas de un desprecio visceral por todo lo que nos es contrario. Enjaulamos nuestras casas. Cuando vamos en nuestros carros no podemos ver el color real del cielo porque llevamos las ventanillas alzadas y las hemos cubierto de un papel oscuro, tan oscuro como el alma de quienes nos han llevado a este estado de zozobra.
Me duele; me duele muchísimo lo que le ha pasado a mi patria. Veo con estupor como día a día va mermando aquello que yo conocía como clase media: gente que le echaba bolas a estudiar, a prepararse, a trabajar todos los días. Gente que podía darse sus gusticos de vez en cuando sin que nadie les reprochara nada, porque esos gusticos eran la recompensa de años de trabajo y sacrificios. Ahora le quieren hacer creer a todos que esa gente como mi papá, como tu mamá y como la gran mayoría de venezolanos, que esos gusticos se los dieron a fuerza de explotar a desvalidos y de robar descaradamente.
Me escapé, pero aclaro que no fue por comodidad sino por el más básico instinto de supervivencia. Me vine porque no pude soportar seguir viviendo perennemente en un juego de lotería en el que el primer premio es la muerte a manos del hampa. Me vine, porque recorrer a diario de ida y vuelta 8 km de barrios (la mayoría de ellos, lamentablemente, de esos en los que todos los días matan por lo menos a 2 personas por cualquier cosa) para uno llegar a su casa, afecta demasiado las estadísticas y no quería salir en la página de sucesos de ningún periódico. Me vine porque no sé, ni quiero saber, cómo uno le explica a sus hijos pequeños, que no era que Papadios necesitaba a su papi en el cielo, sino que a unos señores les pareció que el carro de su papá todavía le iba mejor a ellos y la forma más fácil de obtenerlo era metiéndole un tiro certero y mortal. Me fui, porque aún no logro entender que quien lleva las riendas del país se horrorice con los bombardeos entre israelíes y palestinos, cuando los venezolanos hacen milagros para sobrevivir en una guerra sin cuartel ni tregua, que abarrota las morgues de cadáveres descuartizados y dolientes con cara de resignación yendo de una funeraria a la otra para ver en cuál les permiten velar a sus muertos.
Quiero regresar algún día. Salir de la puerta del avión y sentir esa cosquillita en el estómago que dan las emociones verdaderas. Quiero que los relatos que lea sean ficciones de una mente creativa y no realidades cotidianas de gente cada vez más cercana. Quiero poder disfrutar en mi propio país de mis derechos básicos...Será mucho pedir?
Qué tristeza! Nuestros valores se trastocaron y ahora somos víctimas de un desprecio visceral por todo lo que nos es contrario. Enjaulamos nuestras casas. Cuando vamos en nuestros carros no podemos ver el color real del cielo porque llevamos las ventanillas alzadas y las hemos cubierto de un papel oscuro, tan oscuro como el alma de quienes nos han llevado a este estado de zozobra.
Me duele; me duele muchísimo lo que le ha pasado a mi patria. Veo con estupor como día a día va mermando aquello que yo conocía como clase media: gente que le echaba bolas a estudiar, a prepararse, a trabajar todos los días. Gente que podía darse sus gusticos de vez en cuando sin que nadie les reprochara nada, porque esos gusticos eran la recompensa de años de trabajo y sacrificios. Ahora le quieren hacer creer a todos que esa gente como mi papá, como tu mamá y como la gran mayoría de venezolanos, que esos gusticos se los dieron a fuerza de explotar a desvalidos y de robar descaradamente.
Me escapé, pero aclaro que no fue por comodidad sino por el más básico instinto de supervivencia. Me vine porque no pude soportar seguir viviendo perennemente en un juego de lotería en el que el primer premio es la muerte a manos del hampa. Me vine, porque recorrer a diario de ida y vuelta 8 km de barrios (la mayoría de ellos, lamentablemente, de esos en los que todos los días matan por lo menos a 2 personas por cualquier cosa) para uno llegar a su casa, afecta demasiado las estadísticas y no quería salir en la página de sucesos de ningún periódico. Me vine porque no sé, ni quiero saber, cómo uno le explica a sus hijos pequeños, que no era que Papadios necesitaba a su papi en el cielo, sino que a unos señores les pareció que el carro de su papá todavía le iba mejor a ellos y la forma más fácil de obtenerlo era metiéndole un tiro certero y mortal. Me fui, porque aún no logro entender que quien lleva las riendas del país se horrorice con los bombardeos entre israelíes y palestinos, cuando los venezolanos hacen milagros para sobrevivir en una guerra sin cuartel ni tregua, que abarrota las morgues de cadáveres descuartizados y dolientes con cara de resignación yendo de una funeraria a la otra para ver en cuál les permiten velar a sus muertos.
Quiero regresar algún día. Salir de la puerta del avión y sentir esa cosquillita en el estómago que dan las emociones verdaderas. Quiero que los relatos que lea sean ficciones de una mente creativa y no realidades cotidianas de gente cada vez más cercana. Quiero poder disfrutar en mi propio país de mis derechos básicos...Será mucho pedir?
Ya me vere escribiendo cosas asi, es totalmente cierto
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