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martes, 4 de octubre de 2011

La Torta!!!

Bueno, resulta y acontece – como diría un querido amigo – que después de vieja me metí a refistolera y a estar inventando hacer vainas que jamás me han salido bien. Rememorando mis tiempos de ama de casa en Italia y aprovechando las circunstancias que actualmente me toca vivir, gran parte de mis fines de semana la paso disfrutando de los aromáticos vapores que emanan de las cacerolas de mi cocina. Para decirlo en criollo, me toca estar con la barriga pegada al fogón cocinando para toda la semana.

Este fin de semana pasado, supongo que algo se fermentó en la cocina (y yo me lo comí o tomé), porque la verdad es que entré en una especie de trance que me hizo creer que sería capaz de hacer una torta decente. Prácticamente sin darme cuenta, estaba yo allí en mi cocina, rodeada de harina, azúcar, huevos y vainilla, casi-casi igual que Kristina Wetter en los micros esos que ella hace en la televisión (claro, salvando las distancias porque mi cocina no es state-of-the art como la suya, ni tengo tanta mariquerita de esas para medir, verter, esparcir, etc), y con su misma sonrisa en la cara, comencé a batir, mezclar y hornear un ponqué.

Qué les puedo decir? Sin entrar en detalles les comento sólo por encimita que nunca antes me había percatado de que la harina leudante crece, y crece, y crece – será por nunca haberla usado que siempre mis tortas fueron pasmadas y chatas? bueh!– y, pudiera ser, que se me haya pasado un poquito la mano llenando los huequitos del molde. Lo cierto es que lo que yo, de lo más metida en mi personaje de Bree Van de Kamp, visualizaba como unos ponquecitos perfectamente rectangulares, doraditos y esponjosos, resultó en una enorme masa amorfa, más parecida a la cara de Davy Jones que otra cosa. Detalle aparte, la humareda que salía por las rendijas de la cocina producto de las gotas de mezcla para torta que chorreaban por los lados del molde hasta la ardiente plancha inferior del horno. Menos mal que no hay detectores de humo en la casa, porque de haberlos tenido, hubieran llegado como mínimo, tres camiones de bomberos!

Finalmente la torta estuvo lista. La intención era regalarle un ponquesito home-made a mi amiga cumpleañera en la oficina, pero dado que después de luchar para desmoldar esa enorme masa amorfa que se pegó a cada uno de los centímetros del molde, lo que quedó de la torta fue una auténtica cagada, tuve que salir corriendo a comprarle un detallito para no llegarle con las manos vacías en tan importante fecha!

Ah…C’est la vie! Al final de la tarde invité a mis hijos y mi esposo a merendar ponqué con Toddy. La cara de Fabrizio fue más que elocuente al preguntarme “mami, qué es esta cosa que me pusiste en el plato?” La verdad es que él se lo perdió, porque sí, es cierto que es quedó indefinible, pero de sabor es un manjar de dioses.....que por lo visto tendré que comerme yo sola!