Soy una de las pocas personas que aún ostenta una cédula verde, de esas de cuando Venezuela todavía no era Bolivariana. Sin embargo, como mi querida cédula verde está próxima a vencerse, después de muchos años negándome a cambiarla me he visto forzada a gestionar su renovación. No la cambié antes, porque en lo más recóndito de mi corazón, quedaba la esperanza que en algún momento las cosas volverían a ser como era antes, con todo y lo malas que fueran (o que por lo menos les quitaran el “bolivariana/o”).
Me pongo a averiguar y resulta que ahora no existen los módulos itinerantes de cedulación, sino que hay que cazar cuando hacen esos mega-operativos en los que venden comida y prestan todos los servicios de salud y atención al ciudadano que el gobierno no está en capacidad de brindar con normalidad. Para mi sorpresa, al domingo siguiente el operativo sería en el antiguo mercado de Chacao, a partir de las 9:00a.m, por lo que hice los preparativos pertinentes para estar allá antes de las 8 de la mañana.
Llegué a las 7:40, sin desayuno y con mucho sueño. Ya a esa hora había tres colas larguísimas. Como cada persona a quien le preguntaba me decía una cosa distinta, decidí entrar al recinto en el cual se iba a hacer el operativo para averiguar directamente cuál era la cola que me correspondía. Las colas de afuera me sorprendieron, pero el bululú de adentro me asustó. Por suerte, la cola que me correspondía no era tan larga; la señora que llevaba la lista de control “apenas” iba por el 90 (y eso que aún no llevaba ni un tercio de la cola), por lo que calculé que más o menos me tocaría el 200 algo. Bueno, “paciencia”, me dije. Me coloqué en el lugar de la cola que me correspondía, tratándome de fijar bien en quienes estaban alrededor de mí, no tanto por un asalto (sólo tenía copia de la cédula y 30 Bs encima), sino para que no se me fuera a colear algún vivo.
A las 8:00 todas las colas habían crecido considerablemente, pero a mí lo que me preocupaba era que mi cola había crecido hacia adelante; es decir, ahora tenía más personas por delante que cuando llegué. La señora de la lista ya iba por el ciento y pico, pero no estaba ni cerca de mi puesto.
A las 9:00, la gente de la Onidex aún no había llegado. La señora de la lista tampoco había llegado hasta mi puesto.
Así transcurrió el tiempo, entre el olor a “bicho muerto” y “camaradas” que repartían un periódico con propaganda gubernamental, porque “pueblo que lee se mantiene ilustrado”.
Lo que más me sorprendió; sin embargo, fue la cantidad de oficiales de seguridad que estaban allí. La Guardia Nacional tenía barricadas de oficiales armados con equipos anti-motín, con su respectiva “ballena” de apoyo. Había también un camión enorme de la Policía Metropolitana en el que vi entrar 30 efectivos para recibir escopetas y bombas lacrimógenas que colgaban en racimos por el costado derecho de sus cuerpos. Hurgué en la mirada y postura de quienes tenía alrededor buscando una actitud “golpista” que justificara tales medidas de seguridad…no vi más que desesperanza y resignación.
Lo que quería comentarles con todo esto, no es la odisea en sí, sino la enorme tristeza que me da ver cómo nos hemos ido acostumbrando a todo: a las colas, al casi-casi, al de vaina, al no “había arroz pero por lo menos conseguí caraotas”, a las humillaciones….porque es que tener que pasar horas en una cola para conseguir la comida más barata, para recibir una consulta con un médico, para obtener un documento, es completamente humillante y vejatorio.
Nos estamos acostumbrando a la mediocridad a una velocidad vertiginosa. Nos están cercando y somos nosotros mismos quienes estamos levantando la barda a nuestras espaldas. El letargo y el “nooo, vale, no creeeo…” nos está llevando a nuestra propia destrucción.
Me dieron las 10:40 a.m. aún en la cola, bajo el sol, con hambre y sin la más mínima esperanza de que llegara la gente de la Onidex. Adentro, la gente seguía deambulando y tratando de encontrar información coherente. Al parecer, la información variaba según a quien se le preguntara porque cada uno que salía decía algo diferente. A las 10:45 me di por vencida. Salí de la cola y dije: “no me calo más esta vaina”, reiterando lo que decidí hace mes y medio: “me voy pa’l coño”.
Me pongo a averiguar y resulta que ahora no existen los módulos itinerantes de cedulación, sino que hay que cazar cuando hacen esos mega-operativos en los que venden comida y prestan todos los servicios de salud y atención al ciudadano que el gobierno no está en capacidad de brindar con normalidad. Para mi sorpresa, al domingo siguiente el operativo sería en el antiguo mercado de Chacao, a partir de las 9:00a.m, por lo que hice los preparativos pertinentes para estar allá antes de las 8 de la mañana.
Llegué a las 7:40, sin desayuno y con mucho sueño. Ya a esa hora había tres colas larguísimas. Como cada persona a quien le preguntaba me decía una cosa distinta, decidí entrar al recinto en el cual se iba a hacer el operativo para averiguar directamente cuál era la cola que me correspondía. Las colas de afuera me sorprendieron, pero el bululú de adentro me asustó. Por suerte, la cola que me correspondía no era tan larga; la señora que llevaba la lista de control “apenas” iba por el 90 (y eso que aún no llevaba ni un tercio de la cola), por lo que calculé que más o menos me tocaría el 200 algo. Bueno, “paciencia”, me dije. Me coloqué en el lugar de la cola que me correspondía, tratándome de fijar bien en quienes estaban alrededor de mí, no tanto por un asalto (sólo tenía copia de la cédula y 30 Bs encima), sino para que no se me fuera a colear algún vivo.
A las 8:00 todas las colas habían crecido considerablemente, pero a mí lo que me preocupaba era que mi cola había crecido hacia adelante; es decir, ahora tenía más personas por delante que cuando llegué. La señora de la lista ya iba por el ciento y pico, pero no estaba ni cerca de mi puesto.
A las 9:00, la gente de la Onidex aún no había llegado. La señora de la lista tampoco había llegado hasta mi puesto.
Así transcurrió el tiempo, entre el olor a “bicho muerto” y “camaradas” que repartían un periódico con propaganda gubernamental, porque “pueblo que lee se mantiene ilustrado”.
Lo que más me sorprendió; sin embargo, fue la cantidad de oficiales de seguridad que estaban allí. La Guardia Nacional tenía barricadas de oficiales armados con equipos anti-motín, con su respectiva “ballena” de apoyo. Había también un camión enorme de la Policía Metropolitana en el que vi entrar 30 efectivos para recibir escopetas y bombas lacrimógenas que colgaban en racimos por el costado derecho de sus cuerpos. Hurgué en la mirada y postura de quienes tenía alrededor buscando una actitud “golpista” que justificara tales medidas de seguridad…no vi más que desesperanza y resignación.
Lo que quería comentarles con todo esto, no es la odisea en sí, sino la enorme tristeza que me da ver cómo nos hemos ido acostumbrando a todo: a las colas, al casi-casi, al de vaina, al no “había arroz pero por lo menos conseguí caraotas”, a las humillaciones….porque es que tener que pasar horas en una cola para conseguir la comida más barata, para recibir una consulta con un médico, para obtener un documento, es completamente humillante y vejatorio.
Nos estamos acostumbrando a la mediocridad a una velocidad vertiginosa. Nos están cercando y somos nosotros mismos quienes estamos levantando la barda a nuestras espaldas. El letargo y el “nooo, vale, no creeeo…” nos está llevando a nuestra propia destrucción.
Me dieron las 10:40 a.m. aún en la cola, bajo el sol, con hambre y sin la más mínima esperanza de que llegara la gente de la Onidex. Adentro, la gente seguía deambulando y tratando de encontrar información coherente. Al parecer, la información variaba según a quien se le preguntara porque cada uno que salía decía algo diferente. A las 10:45 me di por vencida. Salí de la cola y dije: “no me calo más esta vaina”, reiterando lo que decidí hace mes y medio: “me voy pa’l coño”.
Nota: cuando me fui, tampoco la gente de PDVAL había llegado. Ya las colas le daban la vuelta a la manzana. Mientras tanto, otros regresaban sonrientes del nuevo mercado de Chacao, con sus carritos y bolsas repletos de verduras, vegetales y quesos fresquesitos, mirando con desdén a los otros pendejos haciendo la cola bajo esa pepa'e sol.